Felicidades, madre

Hace unos años, escribí lo que sigue en el Día de la Madre. Lo he vuelto a releer y no ha perdido actualidad. Por eso, una vez más , lo publico:
       ¡¡ Felicidades a todas las madres y a todas las personas que hacen de ellas, llegado el caso. ¡¡
                                                                                                         MADRE
Es la palabra más universal, la más tierna, la más poderosa, la más sublime. La segunda palabra que, generalmente, pronunciamos cuando empezamos a hablar porque la primera, en un gran porcentaje, es, paradójicamente,… papá, por lo menos así ocurrió en mi caso.
  ¡¡¡ Ay, las madres…¡¡¡ De todo tipo, de todas clases, de todos los colores, de todos los tamaños. Por ellas, venimos a este planeta. Por ellas, aterrizamos en el escenario de este gran teatro del mundo, eso sí, unidas con ellas a través del cordón umbilical y que a muchísimas, muy a su pesar, les duele el corte. Sin embargo, estas muchísimas se las ingenian con la fuerza y coraje que las caracteriza, en el mismo paritorio para, desde el mismo momento que se produce la separación física, elaborar, con los mismos “ingredientes” y tomando como materia prima el mismo cordón, uno igual pero con la particularidad añadida, podríamos llamarla, umbílico-mental, con el que ya y para siempre, estarán unidos madre e hijo hasta la muerte.
   A esas madres que, en nombre del cariño y del amor más grande y duradero, llevan a sus hijos e hijas como canguros en sus bolsas marsupiales emulando a una guardería ambulante, va dirigida este escrito. A las madres normales, a las que de verdad piensan y aman, de otra manera, claro, en y a sus hijos, a las que quieren lo mejor para ellos y ellas, a las que inculcan, desde que sus vástagos son pequeños el sentido de la libertad y de la individualidad, de lo que significa compartir con los demás, a las que enseñan de verdad a sus hijos el verdadero sentido de la vida, a esas madres normales, digo, les escribiré otro día, un día cualquiera y no precisamente en el día comercial de la madre a la que se apuntan (y demandan un lugar y momento preferencial) todas. Posiblemente estas letras levanten algún que otro sentimiento de aversión.
De hecho ya lo he vivido en carne propia y siempre porque no me duelen prendas cuando veo a algunos amigos y amigas, sufriendo calladamente un auténtico calvario, como se suele decir. Desde que cumplimos el primer día de vida, muchas progenitoras ponen en marcha el plan que llamaríamos de la superprotección. El niño no se puede manchar y no se puede caer, cosa inevitable, por cierto, porque existe una ley llamada de la gravedad ante la que, por excesos desmedidos, se lucha con afán para incumplirla, cosa evidentemente no realizable. Esta etapa superprotectora va disminuyendo a medida que se crece pero ya las bases están sentadas para tener delante de nosotros, criaturas débiles de carácter, inseguros de sí mismos, dependientes y cómodos, hasta el punto que darle a un interruptor de la luz para apagarla, poco menos hay que dar un cursito de unos diez minutos. He observado cómo los niños-machos-varones se convierten en auténticos tiranitos por, precisamente, la influencia protectora maternal. Y qué curioso, a las niñas-hembras-mujeres, en porcentajes altísimos, se les educa y se les influye para que sean fuertes, seguras de sí mismas, independientes y trabajadoras. Pero demos un paso en el tiempo y observemos cómo los niños y las niñas llegan a una edad supuestamente adulta. Personas con capacidad para pensar y tomar decisiones por sí mismas. En ese instante se activa el cordón umbílico mental de algunas-muchas progenitoras y comienza una labor (siempre en nombre del amor desmedido) de desgaste, sometimiento y absorción sobre los hijos. Quieren, a toda costa, imponer su criterio hasta el punto que hay que hacer lo que ellas dicen. A su sombra, la figura paterna entra en escena y se suceden varias situaciones: unos se alían con su pareja haciendo frente común; otros se enfrentan dialécticamente, defendiendo la libertad de la que, por derecho y por simple ley natural, son merecedores; otros actúan como mediadores y pacificadores, o sea, como un árbitro sin voz ni voto, o lo que es lo mismo sin poder de opinión; otros imponen su ley por la fuerza, sin mediar diálogo alguno y otros pasan olímpicamente utilizando el método del silbo como si con ellos no fuera la cosa. A todas estas, el “descendiente” mira a un lado, mira hacia el otro. Se siente totalmente aturdido por la lluvia de opiniones, por lo que debería o no debería hacer. Se siente juzgado y sentenciado. Maniatado y en un mar de dudas. De todo, menos ayudado, apoyado y comprendido. Se meten en sus vidas, leen sus correos, espían sus movimientos, están al acecho de sus llamadas telefónicas, atentan contra su intimidad. Y todo en nombre del “amor desmedido”. En algunos casos que ya muchos conocemos, bajan los brazos y firman, a costa de su libertad, una rendición sin límites, que les conduce a una auténtica represión, a un auténtico acoso y derribo continuo. A una pérdida de su propia identidad porque todo se hace, se piensa, se sueña bajo el yugo “amoroso” de unos padres egoístas. Estos no conciben que sus propios hijos sean dueños de sus vidas, de regir su propio destino, de tomar decisiones por sí mismos. Y cuando esto sucede, que los hijos dan “un puñetazo encima de la mesa”, en vez de encontrarse arropados por quienes se supone que tendrían que ser sus mejores aliados, ocurre todo lo contrario. Las frases que se suelen decir: “¿Qué te has propuesto, matarnos en vida?; ¿No te das cuenta de lo que la gente nos va a criticar?; “Nos has decepcionado”; “Hijo(a) mal agradecido, con todo lo que te hemos dado y tu nos pagas con esto”. Y así una letanía de “ánimos”. En muchos casos, claudican ante tantas amenazas. Otros siguen adelante, a pesar de ellas para conseguir sus objetivos.
Termino con un precioso escrito de Gibrán Jalil Gibrán cuando le dijeron que les hablara sobre los hijos y que viene a decir, en resumen, que los hijos, no son de nuestra propiedad sino de la vida. Creo que esto podría ser una gran lección en un curso para madres y padres, que, por cierto, son escasos. Esta es una de las paradojas más grandes de la sociedad: para educar a los hijos no se aprende nada ni de nadie, todo se hace a golpe de instinto, de costumbre, de tradiciones.
Sus hijos no son suyos. Son los hijos del anhelo de la Vida de sí misma. Vienen por ustedes pero no de ustedes. Y aunque están con ustedes, ustedes no los poseen a ellos. Pueden darles su amor pero no sus pensamientos. Porque ellos tienen sus propios pensamientos. Ustedes pueden alojar sus cuerpos pero no sus almas. Porque sus almas viven en la casa del día que viene, la cual ustedes no pueden visitar, ni siquiera en los sueños. Ustedes pueden esforzarse por ser como ellos, pero no se esfuercen para que ellos sean como ustedes. Porque la vida no va atrás ni se demora con el ayer. Ustedes son los arcos de los cuales sus hijos como flechas vivas son enviados. El arquero ve el blanco en el paso del infinito, y Él los dobla a ustedes con Su fuerza para que Sus flechas vayan rápidamente y lejos. Que su torción en la mano del arquero sea por alegría. Porque mientras Él ama a la flecha que vuela, también ama el arco que es estable